DESCUBRE LA OROTAVA

Conoce su historia

La Villa de La Orotava es la única ciudad de Canarias con un centro histórico casi enteramente intacto, lo que hace que los paseos a pie por ella sean reconfortantes. En la Villa, la historia sale al encuentro del pase­ante y sobre todo del visitante extranjero que desde siglos ha transitado buena parte de sus calles, y muchos han dejado algunas de las páginas más hermosas de la literatura de viajes. En este sentido, es difícil encon­trar una ciudad de nuestro archipiélago que haya recibido más testimo­nios de entusiasmo. Sin embargo, ninguna de estas narraciones ni los más bellos relatos de ficción literaria es tan fascinante como la realidad misma de la Villa de La Orotava, una verdadera joya para los amantes del arte, la belleza y la historia. Una historia que comienza cuando el reino de Taoro o Tahoro, la parte de la isla más rica y fértil y tal vez la de mayor extensión de los nueve en que estaba dividida Tenerife, fue repartido por la corona a los conquistadores y sus ayudantes por sus hazañas el 5 de noviembre de 1496, año de terminación de la conquista. Ocupaba la extensión de los actuales municipios de Puerto de la Cruz, La Orotava, Los Realejos, La Victoria de Acentejo, La Matanza de Acentejo y Santa Úrsula. Era el menceyato más rico y poderoso de los existentes en la isla. Aquí terminó la conquista de Tenerife y,  por  tanto, también la de Canarias, al suicidarse el valeroso Bentor ante la derrota frente a las tropas de Alonso Fernández de Lugo. Si bien el mencey más conocido y afamado fue Bencomo, el más poderoso y valiente de los menceyes guanches, del valle de Arautapala en Taoro, muerto en la batalla de Aguere y líder de la resistencia aborigen frente a las tropas invasoras castellanas. También se le denomina Taoro al Valle de La Orotava, así como a esta comarca. Inmediatamente los nuevos colonos adquirieron todos los derechos de recibir los beneficios y se ini­cia el proceso de ocupación del lugar, origen del municipio, procedién­dose a los repartos de tierras yaguas entre los hombres que habían par­ticipado en la empresa de la conquista y la posterior colonización: hidal­gos, familiares del Adelantado y acreedores de la hazaña bélica, siendo el reparto realizado el l0 de enero de 1502 el más destacado por el número elevado de beneficiarios. Los colonos contaban con el preciado oro del agua y con un desnivel que le permitía utilizarla para el riego de sus tie­rras, como fuerza hidráulica para mover los molinos y como fuerza motriz para establecer ingenios para la obtención del azúcar, producto muy vinculado a la demanda del mercado internacional, y por cuya obtención se realizó, entre otras razones, la expansión europea por el Atlántico. Por eso, sobre la inclinada alfombra de tierra fértil del Valle de La Orotava, los propietarios comenzaron a explotarlo económicamente con el cultivo de la caña de azúcar. Se primaba con más lotes de tierra a los que se comprometían en su cultivo. Incluso, a los que declaraban que iban a establecer un ingenio azucarero se le facilitaba hasta más del doble de tierra. Ingenios azucareros bajo la dirección de los portugueses veni­dos de Madeira, traídos expresamente por sus conocimientos, y con cuya mano de obra trabajaron negros, mulatos, bereberes y guanches. Se esta­blecieron tres ingenios azucareros. Poco a poco, el núcleo poblacional de la Villa de La Orotava se configura como una expresión de la variada actividad humana, donde las clases sociales se hallaban espacialmente delimitadas y socialmente jerarquizadas. Los nobles, señores beneficiarios de los repartos del Adelantado, ocupaban el vértice de la escala social y residían en la Villa de Abajo, corazón de la futura ciudad. Los más orgullosos, de clara mentalidad aristocrática, formarán en los años sucesivos un grupo cerrado, conocido como Doce Casas, y que en 1560 constituyeron una Hermandad. Después venían los artesanos, las clases bajas, emigrantes y campesinos, que residían en la Villa de Arriba o el Farrobo, la mayoría en casas facilitadas por los señores para los que trabajaban. Estamos en los orígenes de la estructura urbana del municipio de La Orotava y por último, más arriba del espacio urbano, se encontraba la zona habitada por los campesinos pobres que residían en pajares construidos de piedra, sobre suelos de tierra batida y con techos construidos de pinocha o paja. Según Leopoldo de la Rosa, el número de habitantes en 1506 oscilaba entre 80 y 100 habitantes. Cuando en 1561 se hizo la tazmía de Tenerife, la Villa de La Orotava tenía un grupo poblacional de 526 vecinos, con un total de 2.575 personas. La producción azucarera dio paso en la segunda mitad del siglo XVI al de la vid, cuyo cultivo se fomenta también en los repartos. El siglo XVII, la Villa de La Orotava, y el valle que lleva su nombre, estuvo marcado casi en su totalidad por la producción vitivinícola, sin olvidar que la Villa no rinde sólo culto a sus vinos, sino también al agua, ese recurso natural básico de gran importancia para su economía. Dos clases de vinos, considerados como los de mejor cali­dad, se cosechaban fundamentalmente en el Valle de La Orotava y en el noroeste de Tenerife (Buenavista, San Juan de la Rambla y la comarca de Daute): el malvasía y el canary sack. Los adquirían los mercaderes holandeses e ingleses y los exportaban a Europa, fun­damentalmente a Inglaterra, el principal consumidor, desde los puertos de Garachico y el Puerto de La Orotava, hoy Puerto de la Cruz, el puerto más importante de la isla y donde residía una pequeña colonia inglesa, además del consulado inglés. Era por aquellos años una de las puertas del mundo por donde entraba mucha cultura europea de entonces. Es en el siglo XVII cuando la Villa de La Orotava adquiere realmen­te protagonismo y prosperidad económica como consecuencia de la pro­ducción y el comercio vitivinícola, y asiste a una amplia transformación socioeconómica. Como consecuencia de la riqueza e importancia que adquirió, la élite local consiguió la emancipación de La Laguna por Real Cédula del Rey Felipe IV el 28 de noviembre de 1648, no sin la ausencia de ciertas tensiones, y el título de villa exenta, única de Canarias que tiene este título institucional y honorífico otorgado por una orden real. Este honorable reconocimiento se vería colmado en los umbrales del siglo XX, exactamente el 15 de febrero de 1905, con un nuevo otorgamiento real, el escudo de armas para La Orotava, el cual fue acompañado al mismo tiempo con la distinción de “Muy Noble y Leal Villa” por el rey Alfonso XIII. A partir de entonces, contaría con alcaldes mayores o tenientes de corregidores con funciones de alcalde y juez. La nueva situación administrativa y jurídica iba a proporcionar más progreso eco­nómico a la Villa. El crecimiento demográfico de la población es conse­cuencia de ese progreso. El padrón del Obispado de Canarias correspon­diente al año 1675 señala que en la Villa había 1.582 casas y un total de 5.782 habitantes y en su puerto existía 368 casas y 2,085 habitantes. El grupo dominante favoreció la construcción de conventos para el establecimiento de las órdenes religiosas, de la barroca Iglesia Matriz de la Inmaculada Concepción y de una refinada arquitectura canaria y renacentista de viviendas y mansiones con amplios jardines, notables fachadas y escudos de armas, blasones nobiliarios en piedra que  seña­laban el linaje al que pertenecía su propietario. Por su parte, el Farrobo pudo tener su templo, la Iglesia de San Juan, aunque por falta de ingre­sos y recursos, las obras se alargarían mucho y no la verían terminada hasta el siglo XVIII. El resultado fue la formación de una ciudad de gran belleza visual. La Villa de La Orotava comienza a ofrecer una imagen lustrosa que tiene su correlato en su encantador valle tapizado por un inigualable verde que se extiende desde las montañas hasta las orillas de su costa atlántica y vigilado por el volcán del Teide. El mismo suscitó la admira­ción y los elogios encendidos de viajeros, navegantes y naturalistas naci­dos en suelo isleño o venidos de tierras lejanas, entre otras razones   por­que la montaña orientaba a los marinos por la costa de África en los ini­cios de la expansión atlántica europea y posteriormente en su ruta hacia el Sur. El Teide fue considerado la montaña más alta de la Tierra hasta las primeras décadas del siglo XVIII y como tal ha tenido un significado sin­gular en la Villa de La Orotava. Había nacido entre los viajeros y nave­gantes una tradición sobre el Pico de Tenerife, cuya apreciación se inser­tó rápidamente entre los fenómenos naturales cargados de leyenda, sim­bolismo y admiración, convirtiéndose en el icono por excelencia de Canarias. Prácticamente durante todo el siglo XVIII, gran parte de la vida de la Villa gira en torno al Teide. Es fuente de azufre que se exporta a la Península Ibérica, suministra el hielo a las clases altas isleñas y es recurso económico de muchos campesinos que actuaban como guías de los excursionistas, en un siglo marcado por la crisis económica.

En efecto, las restricciones impuestas por el monopolio andaluz al comercio con la América española, la prohibición del comercio directo con las colonias inglesas de ultramar decretado en 1663 por Inglaterra, así como las ventajas concedidas por la misma Inglaterra a los vinos por­tugueses, provocaron una seria crisis, siendo más aguda en Tenerife por su fuerte dependencia de la vid. No obstante, las grandes extensiones de tierras, las fortunas ama­sadas en décadas anteriores y la elegante cultura europea de sus élites, permitieron que la Villa continuara gozando como centro económico y cultural privilegiado. Y el vino, aunque dejó de tener la importancia de antaño, siguió siendo la base del poderío económico y cultural de la oli­garquía local.

En el siglo XIX se van a producir dos de los hechos históricos más relevantes de la historia contemporánea de la Villa, y que transformarán decisivamente el pueblo y sus aledaños. El primero ocurrió al principio de la centuria. En las primeras décadas del siglo, los partidarios del libe­ralismo económico y contrarios a los privilegios e inmunidades que difi­cultaban el incremento de la producción y reparto de la riqueza, comien­zan a realizar los procesos desamortizadores de las propiedades de las órdenes religiosas y de las tierras comunales y suprimen definitivamen­te el mayorazgo. A partir de entonces, el papel económico de los nobles, aunque mantuvieron un poder social muy importante, era decreciente. Las propiedades comenzaron a enajenarse y a redistribuirse. La Iglesia, el municipio y los grandes aristócratas tuvieron que compartir fortuna con nuevos propietarios de tierras, la burguesía agraria y comercial, los prestamistas y otros grupos sociales. Un proceso de enajenación de bie­nes de particulares que se acentuó, algunos años después, con el crack económico a raíz del hundimiento del mercado de la cochinilla, ese inde­fenso insecto que se criaba en las tuneras para la obtención de colorantes, y cuya explotación había sustituido la vid desde los años treinta hasta el primer lustro de los ochenta.

El segundo, ocurrió a finales del siglo, con la introducción del pláta­no. El plátano llamó a la puerta de los propietarios locales después del efímero período de explotación de la cochinilla y pronto se convirtió en el auténtico monocultivo de exportación en la economía canaria. En la medida en que las mejores tierras para su producción eran las ricas en agua, los propietarios del Valle de La Orotava se deciden por su cosecha. La iniciativa se vio favorecida por la presencia de las compañías británi­cas Fyffes Limitetd y Yeoward Brothers. Este producto agrario generó mucha riqueza a los empresarios del Valle de La Orotava y en particular a los de la Villa, los cuales, en un principio muchos, actuaron bien arren­dando o vendiendo los terrenos y, en ocasiones, comprometiendo la tota­lidad de la producción a las compañías británicas, que se encargaban de exportar la fruta. Los mercados más importantes eran la Península Ibérica, Bélgica, Inglaterra y Alemania.

Pero aparte de la economía, la nueva vinculación de la Villa de La Orotava con el plátano originó grandes riquezas entre los propietarios agrícolas que les permitieron la incorporación del eclecticismo histórico en la arquitectura; a la casa doméstica canaria y las formas renacentistas y barrocas, le siguieron los estilos modernistas, eclécticos y neogóticos iniciados en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX. La ciudad adquirió un cierto aire europeo.

El plátano también favoreció enormemente al paisaje en la medida en que reforzó el verde, la naturaleza agraria. El “lenguaje del verde que caracteriza la escritura del valle”, empleando una figura literaria, se transformó e iba a entrar en una nueva fase estética. El estrecho vínculo entre la producción vitivinícola desde el siglo XVII y la del plátano desde finales del XIX, es decir, las fuerzas decisivas de la economía rural, ha dado forma a lo largo de los siglos a la Villa de La Orotava. Hoy es toda una sorpresa para el visitante. Entrar en ella es retroceder siglos; el arte que exhibe su casco urbano, las iglesias, los conventos, las mansio­nes de la aristocracia con sus escudos y la arquitectura popular con sus balcones y trabajo de madera, es un todo armónico, perfecto y bello con aire añejo. Al pasear por sus calles no podemos dejar de percibir las hue­llas de su pasado histórico. Todo ello se extiende bajo la atenta mirada del Teide, elemento destacable en el paisaje, además de proporcionar las tierras y cenizas de colores para la confección del tapiz de la plaza del Ayuntamiento en la Infraoctava del Corpus, una de las joyas artísticas con la que cuenta la Villa.

La Villa de La Orotava, con una población de 42.929 habitantes en enero de 2015, sigue manteniendo una actividad econó­mica básica centrada en la agricultura y los servicios. Sin embargo, su atractivo cen­tro urbano, su historia y su leyenda hacen que cada año, miles de turistas se acerquen a visitarla para disfrutar de una de las ciudades de Canarias más atractivas.